
La escuela aparte de enseñar, tiene que aprender. Tiene que romper la dinámica obsesiva de la enseñanza para transformarla en una inquietante interrogación por el aprendizaje, por su aprendizaje. Asimismo, para aprender y mejorar se han de interrogar, investigar, dialogar, comprender, comprometerse, etc. No solo hay que centrarse en lo que los alumnos tienen que aprender. La comunidad educativa tiene que descifrar el significado de los conceptos y de las conductas, tiene que buscar el sentido de las prácticas. Para ello, necesita estar en actitud de búsqueda, poner en tela de juicio lo que hace, hurgar en el alcance de sus fines, escuchar la opinión de la gente. Así pues, este libro refleja tanto una sucesión de sugerencias de lo que deben aprender como una serie de factores que obstaculizan y dificultan el aprendizaje. En cambio, aporta una serie de estrategias, genéricas o específicas, que permitirán lograrlo. La evaluación no ha de ser, pues, una iniciativa querida y buscada solo por la autoridad. El desarrollo de la misma ha de estar controlado no solo por la jerarquía sino por toda la comunidad a través de resortes democráticos. En la medida que todos se integren, se comprometan con una escuela mejor, tendremos una sociedad mejor.